La idea cuando fui a recoger a Onix – a quien sólo había
visto una vez anteriormente y me había parecido chillona y fea (discúlpame Onix
pero debo ser franca para el artículo) – era que la llevaría a un veterinario
que diría que ya estaba mayor y enferma y la pondría a dormir.
Sin quererlo ni saberlo la perrita que duerme ahora a mis
pies se había vuelto un problema familiar. Su dueña original, una tía a la que
no conocí más que de oídas, había muerto hacía algunos años, la hija que se
hizo cargo estaba enferma y no podía cuidarla y la persona que la tenía hacía
un año la estaba usando de excusa para no salir del departamento que ocupaba sin
pagar y que debía ser devuelto por una serie de circunstancias que no vienen al
caso. Sin Onix los problemas comenzarían a solucionarse.
La recogí sin mucha ceremonia metiéndola a un canil y la
llevé al veterinario. Sabíamos que era ‘vieja’, que ladraba sin descanso y que
se orinaba por toda la casa; el veterinario nos diría lo demás que hubiera que
saber. Cuando llegamos empezó a temblar y yo instintivamente a acariciarla.
Recién entonces empecé a mirar su hocico casi blanco, sus orejotas salidas, el
largo de su lomo y lo corto de sus patas, las delanteras dobladas a un ángulo
tal que varias veces me han preguntado si se las ha roto. El conjunto da la impresión de haberse cruzado
un salchicha con un bulldog. Algo así. No puedo afirmar que esta criatura improbable
me haya hecho sentir amor a primera vista pero para cuando nos tocó entrar al
consultorio tenía claro que no permitiría que la durmieran y el veterinario
tampoco tenía la menor intención de hacerlo.
La revisó integra, sacó sangre para análisis, le midió la
glucosa por lo de la orina constante. No estaba diabética. Físicamente no tenía
nada mal. Los análisis la declararon sana. Habría que buscarle un hogar pero
mientras tanto se quedaría conmigo siempre y cuando mis dos perras la
aceptaran. Hice que se encontraran en el
parque para evitar problemas de territorialidad y fue como si fueran conocidas
de toda la vida. No amigas – en los 7 meses que vive con nosotros nunca han
jugado juntas – pero conocidas que se respetan y no se meten las unas con la
otra.
Onix ha resultado ser una estrella. No le gusta que la toque
quien no conoce así que nada de caricias con ella a menos que vengan de Erick o
de mí, pero si no la molestan no se mete con nadie. Si se orinaba por toda la
casa sería porque nadie la sacaba. Es verdad que es un poco incontinente por su
edad - ¡tiene 13 años! – pero si no puede más hace sobre papel periódico en un
solo punto en la cocina. En la casa es la más inquieta de mis 3 perras y la
hemos encontrado sobre la mesa del comedor comiéndose los bocaditos que
quedaron después de una reunión. A la hora de los paseos da saltitos de
entusiasmo y quiere llevar su propia correa. A la hora de dormir pide que la
tapen con llantitos casi imperceptibles y luego se acurruca como un bebé.
Si no la saludamos al entrar ladra
indignada y me la imagino claramente con las patas delanteras sobre las caderas
(parada sólo sobre las dos traseras claro está) increpándonos nuestra mala
educación. Cuando salimos nos espera
sentada sobre una mecedora al lado del balcón. Espero que nunca haya intuido
que estuvo a poco de ser puesta a dormir pero si lo supo es obvio que ya me ha
perdonado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario